A finales de mayo de 2025 pasamos unos días en el valle oscense de La Fueva. Queríamos conocer a fondo los núcleos de población que conforman este municipio. Uno de estos lugares es Formigales. Nos llamó extraordinariamente la atención un enorme edificio que se levantaba frente a la iglesia y que parecía ser un antiguo palacio fortificado. A simple vista era evidente que acababa de ser rehabilitado. Todo lo que podíamos ver desde el exterior tenía un aspecto impecable. Imaginamos que los trabajos de reconstrucción de un edificio de esas dimensiones debían de haber supuesto un esfuerzo faraónico. Miramos por los alrededores, por si encontrábamos alguna información sobre los responsables de la rehabilitación. Por más vueltas que dimos, no encontramos ningún cartel, ni ninguna señal que nos ofreciera algún dato de las personas o entidades que habían puesto su granito de arena para conseguir que aquel edificio luciera en todo su esplendor.
Recurrimos a Internet y una primera búsqueda nos puso en la pista de los protagonistas de la historia. Lo que habíamos visto era el Palacio de los Mur, de Formigales, y los promotores de la rehabilitación eran un matrimonio residente en Madrid, pero con antecedentes familiares en Huesca por parte de la esposa. Hay alguna información sobre toda la historia en la red, y pueden verse fotografías del estado de ruina en el que adquirieron el edificio y de la imagen actual. Las obras se extendieron a lo largo de 25 años. De hecho, se dieron por terminadas a principios de 2025. Los diez primeros años no pudieron disfrutar del espacio, pero luego consiguieron hacer habitable una parte del edificio y empezaron a pasar en él sus vacaciones mientras continuaban los trabajos.
Es una iniciativa privada. Eso justifica la falta de información y la ausencia de carteles. Pero no pudimos dejar de contrastar esta imagen de una obra que habla por sí misma, sin necesidad de autobombo, con la proliferación de señales y carteles informativos que pudimos observar, por ejemplo, en los senderos que esos días recorrimos para ir de un pueblo a otro, o para llegar a lugares de interés paisajístico o monumental. Un mismo recorrido es marcado por dos, tres o más iniciativas públicas que llenan los postes con carteles amarillos, rojos, o multicolores para ofrecer en todos ellos la misma información al senderista. Solo cambian los logos, que dejan muy claro qué institución es la que ha colocado el cartel. Ya hace años que se hace un encomiable esfuerzo para que el senderismo se realice con seguridad, se han limpiado y acondicionado los caminos y se han señalizado convenientemente. Lo llamativo es que se multipliquen los postes, carteles y señales, con idéntica información, sobre todo al inicio de las rutas, y en las bifurcaciones más importantes. Conforme el terreno se complica o hay modificaciones producidas por fenómenos naturales como aludes, corrimientos de tierras o similares, empiezan a escasear las señales institucionales. En estos casos hay que guiarse por los antiguos carteles hechos a mano por los agentes forestales o entidades montañeras, o las clásicas marcas bicolores pintadas en las piedras que indican los diferentes tipos de rutas. También son de mucha ayuda los hitos de piedras que personas anónimas levantan en los lugares en los que puede ser fácil desorientarse. No hay firma en estos casos, pero sabemos que hay involucradas entidades públicas, asociaciones y personas a título individual, a las que les agradecemos su labor desinteresada.
Fotografía: Peggychoucair. Pixabay