Ahora parece una fantasía, pero hace muchos años que, al igual que ocurrió con la tuberculosis y otras enfermedades teóricamente erradicadas, habíamos llegado a un consenso por el que el respeto debido entre personas exigía la eliminación de cualquier insulto, y, sobre todo, de aquellos que se sustentaban en características físicas o psicológicas. Incluso se trabajó denodadamente para eliminar del vocabulario médico determinadas expresiones que podían resultar ofensivas. Desaparecieron términos como subnormal, anormal, retrasado, … Sin embargo, algo ha fallado, porque en estos momentos se vuelven a escuchar con frecuencia voces airadas que lanzan al adversario palabras malsonantes y calificativos, basados la mayoría de las veces en resaltar lo que se considera un déficit de la persona atacada. Nadie está exento de caer en ese vicio. Nos resulta más sencillo referirnos a una persona por sus defectos percibidos o atribuidos que por sus virtudes. Así, no nos resulta extraño describir al ingeniero de caminos que tenemos enfrente como el gordo ese de la mesa de al lado, o descalificar al contrario con un subnormal, o similar, añadiendo expresiones del calibre de calvo de mierda, o cuatro ojos, viejo, o, más recientemente, puto boomer…
En esas atribuciones basadas en el déficit incluimos aquellos asuntos que nuestros prejuicios consideran despectivos. Por ejemplo, la raza, la apariencia física o el sexo. Cuando en el siglo pasado estudiaba bachillerato, un amable compañero de clase me decía mal hecha cuando necesitaba insultarme. No le servía con cebarse con mi imagen corporal, sino que reforzaba el efecto de la ofensa con lo que él consideraba una humillación añadida: incorporar el elemento femenino en el insulto.
Alguien ha decidido que se acabaron el respeto y la buena educación, el debate y la argumentación, y que volvemos a las cavernas, a la simplicidad de los altos contrastes. Y en buena medida han contribuido a este estado de cosas las prácticas cotidianas de nuestra clase política que, lejos de adecuarse a las formas que se esperarían de los máximos responsables de nuestras instituciones, entran en el fango del insulto con la seguridad de que no se les va a censurar. Al contrario, parecen estar convencidos de ganar adeptos con actitudes broncas y cercanas al discurso del odio.

19/11/2024-