La fragilidad de la verdad

Desde muy niño me llamó la atención esa costumbre inveterada de celebrar el Día de los Inocentes con una noticia falsa en los medios de comunicación. Los periódicos, las radios, incluso las televisiones, competían para lograr un engaño de calidad, que confundiera a los ciudadanos de buena fe. En mi ignorancia, pensaba que esa práctica no hacía bien a los medios, porque ponía de manifiesto lo sencillo que resultaba colocar una noticia falsa, aun a sabiendas de que ese día todo el mundo estaba prevenido de la posibilidad de encontrarse con algunos disparates. Los disparates se colaban y la gente se los creía. Y hablo en pasado, porque esa tradición de la broma y el engaño, la fiesta de los Inocentes, en la actualidad no tiene fecha fija. Más bien se celebra casi a diario y sustenta su poderío en el inmenso y creciente arsenal de recursos tecnológicos con los que cuentan los viejos y nuevos medios de comunicación social. Y no solo no ha cambiado la periodicidad de la práctica, sino también su tono. Ahora no hablamos de bromas inocentes que quedaban desactivas al día siguiente con la consiguiente explicación. Ahora las mentiras van en serio y tienen objetivos concretos, la mayor parte de las veces, de carácter destructivo. Las mentiras buscan sembrar incertidumbre, manipular estados de ánimo y generar crispación y caos. No parece que esto sea positivo para nadie, pero es evidente que a alguien debe de aprovechar, porque el fenómeno, lejos de perder fuelle, se está generalizando. Las noticias falsas alcanzan tal grado de sofisticación que confunden incluso a las agencias informativas que deben garantizar la fiabilidad de las informaciones. Una persona que quiera informarse debe hacer un esfuerzo suplementario para comprobar la veracidad de las informaciones que recibe. En los tiempos de la dictadura era habitual consultar medios de comunicación extranjeros para conocer la verdad de lo que ocurría en España. En la actualidad hay que acudir a diversas fuentes para evitar caer en sesgos o mentiras que alguien difunde con intenciones más o menos ocultas. Estamos ante una de las paradojas de nuestro tiempo: cuando la producción y el acceso a la información logran cifras de récord, la garantía de una información fiable y de calidad ha bajado muchos enteros.

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El autor

Soy Manuel Marco Esco. Jubilado. Docente. Sociólogo. Curioso.

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