La irrupción de la inteligencia artificial en nuestras vidas genera grandes expectativas en algunos ámbitos y muchas preocupaciones en la mayoría de ellos. Sin duda, todos los aspectos relacionados con los derechos humanos suscitan dudas y preguntas de difícil respuesta con respecto a los usos y abusos de la inteligencia artificial.
Hay un debate ya antiguo en el que se discute acerca de la neutralidad de las tecnologías. Para algunas personas, las tecnologías no tienen ideología, no tienen sesgos de ningún tipo, no se les puede atribuir esa característica. Sin embargo, cada vez más voces se unen para advertir que la tecnología se configura como un conjunto de artefactos creados por el ser humano bajo diversos condicionamientos, pero casi siempre guiados por una lógica económica y un ansia de poder, lógica y ansia que generalmente van de la mano. Poder y dinero no suelen maridar bien con ética, justicia e igualdad de oportunidades. Por tanto, no deberíamos esperar que la tecnología, en cualquiera de sus manifestaciones, tenga un componente altruista. Si consideramos la IA como uno de los últimos avances tecnológicos, el que promete un mayor potencial de desarrollo, el que va a influir de manera decisiva en infinidad de dinámicas económicas, sociales, culturales y políticas, hay muchas razones par sentir preocupación.
Amnistía Internacional detalla en un informe el gran peligro que supone la unión del potencial de la IA con el sesgo discriminatorio que los humanos podemos inocular en el desarrollo de los algoritmos que generan decisiones trascendentales para la vida de muchas personas. Citan ejemplos como la distribución de ayudas sociales condicionadas por factores étnicos. Estamos asistiendo a un aumento de los controles que se ejercen sobre la ciudadanía a partir del reconocimiento de iris y otros datos biométricos, lo que deja al descubierto nuestra privacidad y parece atentar contra los derechos humanos más elementales.