Han terminado las fiestas de mi ciudad. Durante una semana, personas y espacios se transforman para dar prioridad a un único objetivo: la diversión.
Al margen de sus orígenes, la mayoría de las fiestas patronales de ciudades y pueblos se han impregnado de una serie de prácticas, a las que eran ajenas en sus orígenes y que les han otorgado la etiqueta de populares. En esencia, la idea es que la ciudadanía tome las calles y exprese libremente su alegría. Se mantienen las tradiciones, que suelen estar vinculadas al culto al patrón, y se añaden cabalgatas, festejos, conciertos y otras actividades festivas para todas las edades.
Hasta aquí todo parece correcto. Tradición y modernidad, actividades serias y propuestas informales. Mis dudas comienzan cuando a lo informal, a lo divertido, se asocia el punto gamberro de lo que se tiende a denominar “desfase”. El desfase sería el punto de no retorno en el que la manifestación espontánea de la alegría se concreta en exhibición de consumo elevado de alcohol, en competiciones para ensuciarse lo más posible, en utilización de la calle como aseo público…
¿Es inevitable divertirse ensuciando?
¿Se pueden tener días libres en el ejercicio de los deberes de ciudadanía? ¿Se perdería la esencia de la fiesta si se convirtiera en una fiesta limpia? El Ayuntamiento hace un importante esfuerzo para que haya más contenedores, instala servicios sanitarios portátiles en los lugares de más afluencia, incrementa los servicios de limpieza y recogida, El ayuntamiento limpia, pero me parece una noticia terrible que el ayuntamiento recoja a diario toneladas de basura. Sin duda, hay que elogiar el trabajo de las brigadas de limpieza. Hacen una labor impagable, pero es una tarea que sería más llevadera con la colaboración ciudadana.
Hay una peña, la Albahaca Reberde, que hace otro tipo de fiesta. En su momento surgió como una iniciativa que buscaba, entre otras cosas, llenar con actividades alternativas el tiempo que la programación festiva destinaba a los toros.
Aunque programan actos en distintos lugares de la ciudad, el centro neurálgico de su propuesta es una zona verde de la ciudad cedida por el Ayuntamiento. Allí pueden divertirse niños y niñas, jóvenes y personas mayores. Hay actividades de todo tipo. Concursos de juegos de mesa, propuestas infantiles, pinchadiscos, vermuts y un programa de conciertos de grupos emergentes para las tardes-noches de los días festivos. El ambiente es festivo, las personas acuden, en muchos casos, en familia, se forman corros espontáneos en el césped o se corea al grupo que está actuando. También se come y se bebe. Hay barras en las que se pueden pedir cervezas o combinados. Hay algunas mesas con productos a la venta… Se canta, se baila, se juega. Todo bastante parecido al resto de la fiesta, pero con algunos matices que me invitan a la reflexión cada vez que acudo a este espacio. El primer elemento diferencial es ese ambiente acogedor en el que cabe todo el mundo y personas de todas las edades. No hay estridencias ni excesos no aptos para todos los públicos. El segundo elemento que me llama la atención es el cuidado del entorno. Resulta bastante complicado encontrar restos de basura en el parque cuando termina la actividad diaria. La organización, que se autogestiona en todos los sentidos, también lo hace a la hora de asegurarse de que las prácticas del público respeten las mínimas normas de educación y civismo que deben exigirse a cualquier persona, incluso estando de fiesta. El resultado es un espacio festivo, acogedor, limpio, familiar y saludable, en el que se encuentran personas de todas las edades y sensibilidades.
Cada año, cuando abandono el espacio de la Albahaca Reberde, me pregunto por qué no pueden copiarse algunas de estas ideas para el resto de la fiesta. Es evidente que no se trata de una propuesta masiva. Es más fácil controlar todos los detalles de una actividad cuando el público es menos numeroso, pero estoy seguro de que algunos detalles podrían escalarse a las fiestas en general. No sé. No soy técnico ni tengo responsabilidades políticas, pero seguramente se podían proponer medidas para limitar el impacto de las prácticas incívicas que se observan durante las fiestas. Y sé que parece excesivo hablar de incivismo, pero es lo que es: arrojar basura a la calle, orinar por las esquinas, tirarse comida y bebida por encima, son actos incívicos, que no pueden justificarse porque un día es un día y estamos en fiestas. Somos ciudadanos y ciudadanas todos los días, incluidos festivos.
¿Hay alguna posibilidad de imaginar unas fiestas en las que predomine un desfase limpio?