Confiar en la juventud

¿Confiamos en la gente joven? Parece que no. A menudo, cuando acudimos a eventos en los que la media de edad de los participantes es elevada, hay quien se pregunta ¿dónde están los jóvenes? Y surge la consabida comparación entre el “antes” y el “ahora”. Efectivamente, hay muchas diferencias entre quienes eran jóvenes en los años 80 del siglo pasado y los que lo son ahora, en el primer cuarto del siglo XXI. Pero la cuestión no es si los jóvenes de antes eran mejores que los de ahora, sino si la juventud de finales del siglo XX tuvo las mismas oportunidades que la actual. La generación que era joven en los años 80 del siglo pasado disfrutó de muchas más oportunidades y sintió que se confiaba en ella.

Esa época coincidió en España con la Transición a la democracia, y el ambiente de apertura, de optimismo y de esperanza en el futuro, alimentó las ansias de poner en marcha nuevas iniciativas, nuevas formas de hacer política, de hacer empresa, de trabajar… En aquellos momentos de expansión se escuchaba a las personas jóvenes. De hecho, muchos de los proyectos que se iniciaron en aquella época en el ámbito de la educación, los servicios sociales, la cultura, la tecnología, etc., estaban liderados por personas menores de treinta años. Los programas de radio y televisión que arrasaban en audiencias eran creados por equipos muy jóvenes. Y en las listas electorales había mucha gente joven.

En las asociaciones, movimientos vecinales, sindicatos, etc., la media de edad era muy baja, y los cuadros dirigentes se nutrían de personas con poca experiencia pero muchas ideas y ganas de trabajar. La experiencia, los años de lucha, las temporadas en la cárcel por defender los derechos humanos, los aportaban otras personas que, sin embargo, veían con buenos ojos que los jóvenes compartieran las riendas de las organizaciones.

Las instituciones, también jóvenes, empezaron su tarea trabajando codo a codo con las entidades lideradas por los jóvenes.

Y en el mundo de la empresa, surgieron iniciativas que se consolidaron en ciudades y pueblos: pequeños negocios, familiares, ambiciosos, que, surgiendo casi de la nada, se convirtieron en referentes del trabajo bien hecho y de lo que ahora denominamos emprendimiento.

En la actualidad se cierran los pequeños negocios porque no hay relevo generacional. Se liquidan asociaciones y entidades culturales porque envejecen sus dirigentes históricos, se lamenta la falta de participación joven en compromisos que exigen continuidad… Parece que se esté cerrando una etapa de la historia, que nos enfrentamos a un cambio de ciclo en el que van a desaparecer entidades que parecían creadas para mantenerse en el tiempo. No hay presencia joven en las estructuras en las que se ha sustentado la vitalidad de nuestra sociedad hasta estos momentos.

¿Dónde están los jóvenes? La realidad nunca tiene una sola cara. Hay muchas aristas y muchos cabos que atar para llegar a análisis rigurosos. Por eso habrá que hablar mucho más de este asunto y seguro que hay ocasión para hacerlo. Sin embargo, hay una primera evidencia que me gustaría aportar a la reflexión sobre el papel de la juventud en nuestra sociedad. Es muy posible que el colectivo joven de los años 80, compuesto por figuras que brillaron en la economía, la cultura, la política y lo social en general, haya copado los puestos de responsabilidad y las esferas de poder y de participación, dejando fuera a quienes venían detrás. Es posible que no veamos a los jóvenes porque no les hemos dejado estar, porque hemos mantenido la inercia de aquellos años de grandes expectativas en los que la gente joven tomó la iniciativa, entre otras razones, porque la gente más mayor comprendió que los nuevos tiempos requerían ideas y colectivos renovados. Es posible que ahora mismo esta idea no esté tan clara en la cabeza de quienes rigen los destinos de instituciones y entidades. Es una intuición que requiere desarrollo, y lo tendrá, pero me parece oportuno que sea el arranque de otras reflexiones posteriores.

Fotografía: Cottombro Studio. Pexels

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