En el año 2009 impartía Sociología del Deporte en la Facultad de Ciencias de la Salud y el Deporte de Huesca. En aquella época era un ferviente propagador del potencial de Twitter como herramienta educativa. Mi experiencia fue altamente satisfactoria. Había establecido contacto con investigadores e investigadoras de distintas universidades españolas y extranjeras que abordaban los temas que a mí me interesaban. Esas personas compartían sus líneas de investigación, sus hallazgos, sus reflexiones, incluso sus fuentes. Ese material era muy valioso para mí, y accedía a él de manera totalmente gratuita, pudiendo intervenir en debates y discusiones con expertos y expertas de todo el mundo. Además de las cuestiones académicas, gracias a Twitter pude crear un espacio de información vinculado a la actualidad. Seguía a varias entidades y personas relacionadas con el mundo de la comunicación, y eso me facilitaba diversas perspectivas de lo que ocurría en el mundo. Mi análisis de la realidad social se enriquecía con las aportaciones desinteresadas de personas prestigiosas que compartían sus ideas y sus visiones. Animaba a mi alumnado a utilizar esta herramienta para empezar a crear lo que entonces se empezaba a llamar “Entorno personal de aprendizaje”, un conjunto de aplicaciones y utilidades educativas, vinculado a las oportunidades que ofrecía la tecnología. Pero mi alumnado me miraba sorprendido. En su mente, este tipo de redes eran un elemento de relación y entretenimiento, y poco más. Años más tarde, una alumna de la Facultad de Educación, en la que también impartí docencia, ironizaba sobre este asunto en un tuit: “Ahora que mi profesor nos ha dicho que Twitter es educativo, lo uso con mucha más tranquilidad”. Pese a la indiferencia inicial del alumnado, yo insistía, y sé que a muchas personas Twitter les fue de utilidad en su carrera académica. Quince años después no recomendaría X a ninguna persona de buena voluntad. Hoy todo es muy distinto. Desde el nombre hasta las dinámicas. Es muy complicado saber si estás interactuando con una persona o con una máquina. Hay muchas posibilidades de que sea una máquina y lo más factible es que sea una máquina con malas intenciones. Por tanto, es prácticamente imposible confiar en lo que encuentras en las diferentes entradas que aparecen en tu línea del tiempo. Ya hemos hablado del alto contenido tóxico de muchas de las entradas, con insultos, descalificaciones, campañas de acoso a personas o entidades, difusión de bulos, … Para rematar el desastre, Elon Musk creó un asistente gestionado por inteligencia artificial, que generalmente se denomina “chatbot”, al que bautizó como Grok. Lo integró en X y responde todas a todas las cuestiones que se le hacen en la red social. Este asistente virtual es un “alter ego” del propietario de X. La base de conocimiento de este artefacto se nutre de las opiniones, aportaciones, preferencias e intereses de su creador, y sus respuestas tienen un sesgo determinado que en ocasiones ha llegado demasiado lejos: elogios a Hitler, insultos a gobernantes y países e incluso acoso despiadado a la ya ex-consejera delegada de X, que había dimitido como consecuencia de la incontinencia verbal de Grok. Con este panorama, ¿hay que marcharse de X? Es la gran pregunta. En los últimos meses, se ha debatido mucho sobre esta cuestión. Por un lado, están quienes opinan que hay que seguir, porque es necesario que se escuchen voces alternativas a las de la propiedad. Por otro, están quienes cuestionan esta permanencia. Consideran que seguir aportando en X es colaborar, y en cierta medida, dar por buena la deriva de desinformación y odio que X ha escogido. A finales de 2024, algunos medios de comunicación, como The Guardian y La Vanguardia, anunciaron que abandonaban X. Reconocían que iban a perder visibilidad y usuarios, pero no querían seguir vinculados a esa empresa. También lo hicieron representantes de la política, de la cultura, entidades sociales y personas a título particular. Otros medios, entidades y personas decidieron quedarse, y también expusieron sus razones. En cualquier caso, se confirma día a día que Elon Musk ha conseguido destruir en unos pocos años una comunidad internacional de intercambio y comunicación para convertir a X en su coto privado de opinión. El problema que se plantea ahora es saber si hay alternativas, otros lugares en los que construir de nuevo espacios libres de odio. De estas posibles opciones hablaremos más adelante. Fotografía: sem4u. Pixabay