La serie de televisión, disponible en una de las más famosas plataformas de streaming, generó debates en todos los ámbitos: periodísticos, educativos, políticos… La propuesta tenía muchos ingredientes para hacerse con la audiencia. Cada capítulo estaba construido como un plano-secuencia. La cámara sigue la acción de los protagonistas sin cambios de plano y sin cortes. Pero este alarde técnico no es lo más impactante de la serie. El argumento es, sin duda, lo que más llama la atención: un adolescente de 14 años es acusado de matar a una compañera de colegio. A partir de aquí empezamos a conocer detalles de la vida familiar y social del niño, y se dejan intuir las causas de su comportamiento. En este sentido, el primer capítulo es probablemente el más logrado y el que refleja mejor el contexto en el que se desarrolla toda la trama. A partir de allí vamos conociendo poco a poco los detalles de una vida familiar aparentemente ordinaria en la que no parece tener cabida un delito de ese calibre. Sin embargo, hay detalles que nos llevan hacia algunas causas posibles. Sobre todo, dos: el aparente aislamiento del joven y su excesiva dependencia de las redes sociales. Con estos dos ingredientes ya parece que pueda explicarse el crimen, y podemos encontrar decenas de análisis que hacen hincapié en estos dos hechos, jugando con ellos, de manera que unas veces uno es consecuencia del otro, y en otras reflexiones es al contrario. El joven solo tiene dos amigos, con los que comparte muy pocas cosas. Tampoco parece hablar demasiado con sus padres y su hermana, aunque sin duda los quiere, sobre todo a su padre. Mientras tanto, mantiene una actividad intensa en las redes sociales. No sabemos mucho cuáles frecuenta, ni qué es lo que allí comparte. En los interrogatorios aparecen pequeñas pinceladas de sus escritos y comentarios, y algunas fotografías de compañeras. De los diálogos de otros personajes puede deducirse que algunos de esos lugares de la red en los que suele participar tienen que ver con la manosfera y el mundo de los incel. Por momentos pareció que la serie había dado las claves para solucionar muchos de los problemas que afectan a la juventud y las familias. Sin embargo, es posible que no hayamos captado la esencia del conflicto. Por un lado, en diversos momentos de la historia, el padre reconoce que se avergonzaba de su hijo, porque no destacaba en el deporte como a él le hubiera gustado. Se avergonzaba tanto, que ni siquiera lo miraba en los partidos. El hijo, que idolatraba a su padre, no estaba a la altura de las expectativas de su progenitor. Quizás antes de las redes ya había un problema que condicionaba la relación del niño con su familia y su entorno en general. Quizás la complejidad de las relaciones familiares sea un elemento clave en el desarrollo de la personalidad. Por otro lado, dos meses después de la difusión de la serie, nadie habla de ella. Es cierto que en el Reino Unido se va a ver en todos los centros educativos, pero para el resto del mundo, la serie ha pasado sin pena ni gloria. La alarma que generaba la posible exposición de los jóvenes a las redes sociales se ha quedado en nada. Junto a la conclusión generalizada de que las redes sociales eran un peligro para nuestra juventud, ni la serie ni sus comentaristas nos han dado una información que alfabetice a las personas adultas sobre esos peligros, y poco a poco el fenómeno de la serie ha languidecido, como casi todos los fenómenos que se popularizan en las redes. No sabemos si porque no era para tanto o porque nos bastó con culpar a internet de la incapacidad adulta para escuchar a los jóvenes.