Twitter/X, ¿qué vamos a hacer contigo?

Han pasado 19 años desde que a Jack Dorsey se le ocurrió una idea genial para mejorar la comunicación dentro de su empresa. Creó un sistema de mensajería instantánea que se convirtió en el germen de lo que acabaría siendo Twitter.

Muy pronto se generalizó una manera de comunicarse y relacionarse que se caracterizaba por la concisión —140 caracteres— y por la gran capacidad de difusión de sus mensajes. La plataforma, que se vendía como un servicio de mini publicaciones, se llenó de personas que compartían sus impresiones, sus saberes, sus inquietudes y sus aspiraciones. Mucha gente descubrió el potencial de este recurso para hacerse oír, y fue usado en movilizaciones ya históricas, como la Primavera Árabe y otras reivindicaciones de ámbito global.

Los medios de comunicación se implicaron a fondo con la nueva plataforma, porque les permitía aprovechar su inmediatez y su gran difusión.

El mundo de la política encontró un filón en Twitter, ya que le otorgaba una visibilidad importante con pocos recursos. La limitación del tamaño de los mensajes exigía precisión en las comunicaciones, algo que casaba muy bien con las consignas políticas: ideas cortas, frases contundentes, verdades absolutas.

A medida que se afianzaba la presencia de Twitter en la vida de millones de personas, se iban ensayando las diferentes modalidades de manipulación que esta plataforma ofrecía a quienes saben encontrar el lado oscuro de cualquier creación humana. Primero fueron las noticias falsas, luego, los acosos organizados a determinadas personas, más tarde, la compra de bots para desempeñar el trabajo sucio en la red… Lo que inicialmente se constituyó como un espacio de diálogo y comunicación, parecía convertirse en un semillero de mentiras, enfrentamientos y odio. Cada día era más difícil saber si lo que aparecía en la pantalla de Twitter era verdad, una media verdad o una mentira. Y tampoco resultaba sencillo saber si quien participaba en las conversaciones era un ser humano o una máquina programada.

Pese a esta deriva tan poco halagüeña, era posible utilizar Twitter para la discusión académica, para debatir serenamente sobre cuestiones de actualidad, para compartir conocimientos y para divertirse sanamente. Era necesaria una labor cotidiana de limpieza de conversaciones no deseadas, aportaciones insultantes y bulos manifiestos, pero todavía era un espacio habitable.

La pandemia exacerbó los ánimos de mucha gente, y eso aumentó el ruido, la crispación y la pujanza de la mentira y el odio. Pero aún había esperanza. Podíamos encontrar reductos de calma, sensatez y aportaciones positivas, aunque cada vez costaba más encontrarlos, porque el famoso algoritmo de la plataforma primaba aportaciones agresivas, sesgadas y provocativas.

En 2022, Elon Musk compra Twitter, y lo que era una tendencia latente, se manifiesta en todo su esplendor. El nuevo dueño de la plataforma, a la que renombra como X, reconoce que ha manipulado el algoritmo para que sus propios mensajes aparezcan más a menudo. Pero no solo son sus mensajes, sino cualquier aportación que defienda sus propias ideas políticas. Esto significa que cualquier usuario de X va a recibir en su pantalla publicaciones sobre temas que no le interesan, pero que el administrador de la plataforma ha decidido que lleguen a todo el mundo. Esos mensajes son claramente partidistas, y no se limitan a la política EE. UU. Resultó especialmente llamativo su apoyo al partido alemán de ultraderecha AfD, pero también tomó postura ante cuestiones internas de otros países europeos.

En estas condiciones, muchas personas y entidades se cuestionaron su participación en X. La pertinencia de quedarse o marcharse generó grandes debates. Poco a poco, X se fue llenando de comunicados de medios, organizaciones y personas individuales que decidían abandonar la plataforma porque no querían seguir formando parte de un entramado enrarecido. ¿Han hecho bien? ¿Es una decisión acertada? ¿Es un error? Para aportar algo de luz sobre este tema se requiere una nueva entrada.

Fotografía: LoboStudioHamburg. Pixabay

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