Florence Foster Jenkins fue una mujer que dedicó su vida a hacer lo que le gustaba: cantar y actuar en público. Pudo hacerlo porque le faltaba vergüenza y le sobraba el dinero. Heredó una fortuna que le permitió vivir holgadamente. Y le facilitó el acceso a una producción musical que, por sus habilidades personales, siempre se le habría negado. Grabó discos, actuó en grandes teatros y los llenó. Es cierto que el público iba a reírse de ella, pero no le importaba. Estaba haciendo lo que más le gustaba: cantar ante cientos de personas. Y si se divertían a su costa, mejor para ellas. ¿Por qué traigo a colación a esta señora? Yo quiero hablar de Florence Foster Jenkins porque tengo un proyecto que se parece al suyo. Pero yo no voy a cantar, no voy a bailar, no voy a subirme a un escenario. Solo voy a escribir.
Durante años he mantenido este espacio y durante años lo he abandonado. Ahora deseo que sea el lugar en el que compartir mis reflexiones. No me considero escritor, pero me gusta escribir. No soy un analista reputado, pero me gusta hacerme preguntas sobre lo que ocurre en mi mundo, no soy un experto en casi nada, pero soy educador, sociólogo y maestro, y creo que puedo hablar de educación, de sociedad, de profesorado y alumnado. No soy ingeniero, ni informático, ni programador, pero soy curioso, y algo he estudiado sobre tecnologías y educación. Y no soy un artista, pero me gusta crear. Y, sobre todo, tengo dinero para pagar un alojamiento web y un dominio, por lo que me puedo permitir publicar lo que me parezca oportuno y ponerlo al alcance de quien quiera leerlo. Sin grandes ambiciones, con modestia, pero sin vergüenza. Y, sobre todo, con mucha calma. Quiero crear un lugar en el que no tenga cabida la crispación.