Desde muy niño me llamó la atención esa costumbre inveterada de celebrar el Día de los Inocentes con una noticia falsa en los medios de comunicación. Los periódicos, las radios, incluso las televisiones, competían para lograr un engaño de calidad, que confundiera a los ciudadanos de buena fe. En mi ignorancia, pensaba que esa práctica no hacía bien a los medios, porque ponía de manifiesto lo sencillo que resultaba colocar una noticia falsa, aun a sabiendas de que ese día todo el mundo estaba prevenido de la posibilidad de encontrarse con algunos disparates. Los disparates se colaban y la gente se los creía. Y hablo en pasado, porque esa tradición de la broma y el engaño, la fiesta de los Inocentes, en la actualidad no tiene fecha fija. Más bien se celebra casi a diario y sustenta su poderío en el inmenso y creciente arsenal de recursos tecnológicos con los que cuentan los viejos y nuevos medios de comunicación social. Y no solo no ha cambiado la periodicidad de la práctica, sino también su tono. Ahora no hablamos de bromas inocentes que quedaban desactivas al día siguiente con la consiguiente explicación. Ahora las mentiras van en serio y tienen objetivos concretos, la mayor parte de las veces, de carácter destructivo. Las mentiras buscan sembrar incertidumbre, manipular estados de ánimo y generar crispación y caos. No parece que esto sea positivo para nadie, pero es evidente que a alguien debe de aprovechar, porque el fenómeno, lejos de perder fuelle, se está generalizando. Las noticias falsas alcanzan tal grado de sofisticación que confunden incluso a las agencias informativas que deben garantizar la fiabilidad de las informaciones. Una persona que quiera informarse debe hacer un esfuerzo suplementario para comprobar la veracidad de las informaciones que recibe. En los tiempos de la dictadura era habitual consultar medios de comunicación extranjeros para conocer la verdad de lo que ocurría en España. En la actualidad hay que acudir a diversas fuentes para evitar caer en sesgos o mentiras que alguien difunde con intenciones más o menos ocultas. Estamos ante una de las paradojas de nuestro tiempo: cuando la producción y el acceso a la información logran cifras de récord, la garantía de una información fiable y de calidad ha bajado muchos enteros.
Tiempos confusos
Aunque la confusión forme parte de nuestras vidas cotidianas y pese a que hace años que confesamos nuestra perplejidad ante los acontecimientos que nos ha tocado vivir, en estos momentos la confusión es mayor. Es mayor y generalizada. Se ha extendido a todos los ámbitos de la vida. A la ciencia, a la política, a las bellas artes, a la educación, al feminismo, al pacifismo, al comunismo. Probablemente, solo el fascismo se mantiene firme en sus convicciones, caiga quien caiga y ocurra lo que ocurra con las personas y el mundo. Hace unos años decidí embarcarme en la publicación de entradas en varios blogs, que puse en marcha y luego abandoné, como supongo que han hecho la mayoría de los blogueros de avalancha. Poco después, en 2010, saqué adelante una web con contenidos relacionados con mis actividades de ese momento: TIC, educación, jóvenes… Allí permanecí más tiempo, escribiendo con intermitencias hasta finales de 2020. Y llevo meses dando vueltas a la posible continuidad de esa web. Varias de las líneas de reflexión que inicié entonces no tienen sentido en estos momentos. En unos casos, porque hay quien lo está haciendo mejor y con más continuidad en estos momentos. En otros, porque los contenidos que yo publicaba a lo largo de varios meses, pueden compilarse ahora en unos minutos, y con mayor eficacia y precisión. Por tanto, todo el apartado de recursos relacionados con TIC y educación ha quedado desbordado por las nuevas formas de ordenar, clasificar y procesar que ofrecen diversos servicios de la red. Las recomendaciones de libros e investigaciones sobre el tema de las TIC en educación me exigirían leer mucho y muy rápido y siempre habría algún servicio que habría hecho mi trabajo antes que yo. Lo mismo puede aplicarse, con más razón, a los recursos relativos a seguridad en la red y uso de la red por parte de menores. Tengo poco que añadir a todas las investigaciones, reflexiones y recomendaciones de personas expertas en la materia y autoridades competentes. Todo eso quedó archivado. A partir de entonces intenté abrir otra vía que me permitiera compartir todo lo que aprendí durante la elaboración de mi tesis doctoral. La vinculación entre TIC y educación, y la repercusión de esta interacción en la calidad de la enseñanza, parecía un terreno propicio para mis reflexiones. Era algo que además estaba reflexionando con el alumnado de la Facultad de Educación. Llegó el confinamiento, se suspendieron las clases presenciales y comenzaron las clases por internet. Se abría un nuevo escenario en el que podíamos comprobar en el día a día las consecuencias de una enseñanza realizada exclusivamente a través de las redes. Escribí algunas entradas sobre el tema, recopilando en algunas de ellas lo que había leído sobre las consecuencias del confinamiento en la educación. Y creí que allí podía aportar con conocimiento de causa. Pero las redes comenzaron a incendiarse con discusiones acaloradas y agresivas que enfrentaban a personas con opiniones diversas y que solían terminar con descalificaciones mutuas y pocos argumentos constructivos. Parecía que la dinámica obligaba a todo el mundo a tomar una postura, a decantarse por alguno de los bandos contendientes —confieso que todavía hoy soy incapaz de identificar las distintas sensibilidades sobre temas educativos, sobre metodologías, sobre el elogio o el menosprecio de la pedagogía y los pedagogos y pedagogas, sobre si la tecnología es progresista o conservadora, … Me quedé perplejo, atrapado en una guerra que no era la mía, sin saber muy bien qué hacer, ni qué decir, y me quedé callado. Casi tres años sin escribir nada. Por el camino, alguna sesión de formación que me pidieron y que me permitió retomar el pulso a estos temas, y poco más. Ahora vuelvo. Sé que para mucha gente un blog es algo del siglo pasado, pero no encuentro un formato más adecuado para lo que quiero hacer. No tengo bando, pero sí prioridades. Disfruto de la libertad que me da mi jubilación, me siento libre de expresarme manteniéndome al margen de peleas que no van con mi forma de ver las cosas. La confusión es el caldo de cultivo de nuestras reflexiones, por más que haya personas que proclamen a los cuatro vientos la seguridad de sus certezas. Desde esa confusión aportaré mis preguntas, mis dudas y mis reflexiones. Mis aspiraciones son modestas, pero mis inquietudes, infinitas.