La irrupción de la inteligencia artificial en nuestras vidas genera grandes expectativas en algunos ámbitos y muchas preocupaciones en la mayoría de ellos. Sin duda, todos los aspectos relacionados con los derechos humanos suscitan dudas y preguntas de difícil respuesta con respecto a los usos y abusos de la inteligencia artificial. Hay un debate ya antiguo en el que se discute acerca de la neutralidad de las tecnologías. Para algunas personas, las tecnologías no tienen ideología, no tienen sesgos de ningún tipo, no se les puede atribuir esa característica. Sin embargo, cada vez más voces se unen para advertir que la tecnología se configura como un conjunto de artefactos creados por el ser humano bajo diversos condicionamientos, pero casi siempre guiados por una lógica económica y un ansia de poder, lógica y ansia que generalmente van de la mano. Poder y dinero no suelen maridar bien con ética, justicia e igualdad de oportunidades. Por tanto, no deberíamos esperar que la tecnología, en cualquiera de sus manifestaciones, tenga un componente altruista. Si consideramos la IA como uno de los últimos avances tecnológicos, el que promete un mayor potencial de desarrollo, el que va a influir de manera decisiva en infinidad de dinámicas económicas, sociales, culturales y políticas, hay muchas razones par sentir preocupación. Amnistía Internacional detalla en un informe el gran peligro que supone la unión del potencial de la IA con el sesgo discriminatorio que los humanos podemos inocular en el desarrollo de los algoritmos que generan decisiones trascendentales para la vida de muchas personas. Citan ejemplos como la distribución de ayudas sociales condicionadas por factores étnicos. Estamos asistiendo a un aumento de los controles que se ejercen sobre la ciudadanía a partir del reconocimiento de iris y otros datos biométricos, lo que deja al descubierto nuestra privacidad y parece atentar contra los derechos humanos más elementales.
La inteligencia artificial y la propiedad intelectual
Se nos anuncia con entusiasmo que la Inteligencia artificial (IA) nos permite crear textos, imágenes, videos… pero la IA no construye nuevas realidades desde la nada. La mayor parte de las producciones generadas por inteligencia artificial se apoyan en fuentes reales. Es decir, las fotografías que nos muestran una realidad ficticia están basadas en conjuntos de fotografías reales de las que la inteligencia artificial obtiene la información para generar nuevas imágenes. Lo mismo ocurre con los textos, con los vídeos, con la música. La inteligencia artificial necesita alimentarse de otras producciones, conocer sus estructuras y su funcionamiento para elaborar nuevas propuestas. Esto no gusta a las personas que se dedican a crear contenidos, porque ven cómo sus trabajos son utilizados por la inteligencia artificial para elaborar productos que resultan mucho más baratos, más accesibles, pero realizados a costa de un trabajo previo no reconocido ni remunerado. Hace unos meses hubo una huelga de actores en Hollywood. Mucha gente empezó a preocuparse por las consecuencias que tendría para la continuidad de sus series favoritas, pero pocos se preguntaron por las verdaderas razones de la huelga. En esencia, lo que se negociaba era un blindaje de los derechos de actores y actrices contra los abusos de la inteligencia artificial en los medios audiovisuales. Las estrellas de la pantalla estaban observando que cada vez con mayor frecuencia se les realizaban una serie de tomas tridimensionales no necesariamente vinculadas al trabajo que estaban realizando. Estas grabaciones tenían por objeto obtener material con el que realizar posteriores producciones generadas por IA, en las que no tendrían intervención física, y por las que no percibirían ninguna remuneración. Muchos creadores gráficos lamentan que ahora cualquiera hace una ilustración, apoyándose en la IA, de manera rápida y gratuita, pero en ese proceso se han utilizado materiales que previamente había elaborado una inteligencia humana.
Inteligencia artificial y educación
En el mundo de la educación se abren grandes interrogantes en muchos ámbitos del proceso de enseñanza y aprendizaje. Apuntamos aquí algunos de ellos que exigirán desarrollos posteriores. Una de las preocupaciones más generalizadas se refiere al aumento exponencial de las posibilidades de fraude mediante el uso de la IA. Los estudiantes pueden encargar a las máquinas que les hagan trabajos, proyectos, tesis y publicaciones diversas. En el momento actual de desarrollo de estas tecnologías no es demasiado difícil detectar el uso de IA, pero es evidente que poco a poco mejorará su rendimiento. Es muy probable que pronto resulte difícil saber la autoría real de una tesis o de un artículo científico. Y esta preocupación también puede aplicarse a las investigaciones y publicaciones de académicos de las diferentes disciplinas. Ya hemos visto algunos casos en los que presuntamente se ha usado la IA para manipular e incrementar fraudulentamente el currículo de un académico. Hay quienes afirman que el profesorado puede ser sustituido por máquinas en un futuro no muy lejano, aunque parece que si consideramos la educación como un proceso interactivo entre humanos, el aprendizaje quedaría muy mermado tanto en calidad como en resultados académicos. Por encima de la legítima preocupación por la posible pérdida de puestos de trabajo, se vislumbra la necesidad de perfilar al máximo el papel de las personas en los procesos educativos, y de las metodologías animadas por seres humanos, en las que la conexión afectiva es parte del aprendizaje. Solo así se podrá argumentar la necesidad de contar con profesorado de carne y hueso en las aulas, suponiendo que en un futuro no muy lejano los espacios educativos se mantengan como hasta ahora.
La inteligencia artificial (IA)
En el mundo de las tecnologías se producen cambios de una manera tan vertiginosa que no resulta sencillo responder a esa exigencia popular de “estar al día”. Todo el mundo habla de la inteligencia artificial. Da la impresión de que la inteligencia artificial va a invadir nuestras vidas, va a quitarnos el trabajo y va a ofuscar nuestra percepción del mundo. Parece que pronto seremos incapaces de distinguir lo que es real de lo que es inventado, lo que es imagen creada artificialmente de lo que es una fotografía, textos creados por humanos, de textos generados por máquinas. Cualquier innovación tecnológica genera dudas, desde las filosóficas o morales, a las meramente económicas. En este caso estamos ante una revolución de unas dimensiones tan inabarcables, que las dudas y los temores se multiplican. Hay muchas derivadas de este fenómeno: La verdad, la propiedad intelectual, la creación en todos los campos del arte, la educación, … Las más importantes, las que se refieren a la verdad. Sí, a la verdad, sin apellidos. Quizás no lo hayamos pensado nunca, pero en nuestra vida cotidiana usamos la observación de imágenes para confirmar informaciones. Si nos cuentan que ha ocurrido un accidente, por ejemplo, intentamos ver fotografías para calibrar la gravedad de sus consecuencias. Si nos dicen que una manifestación ha sido un éxito, intentamos confirmarlo viendo imágenes del acto y elaborando nuestras propias conclusiones. Pero ¿qué ocurre si no sabemos si las imágenes son reales o inventadas? Conocemos el poder de manipulación mediante imágenes trucadas o encuadradas de una manera determinada, pero ahora las posibilidades de manipulación van más allá, hasta la invención total de acontecimientos que no han sucedido o que han sucedido de manera totalmente diferente. SI ya hace muchos años que sufrimos una epidemia de noticas falsas, las posibilidades que ofrece la IA para construir mentiras basadas en relatos falsos y aderezadas con imágenes y vídeos manipulados convenientemente, nos promete un futuro agotador, en el que habremos de dedicar esfuerzos ingentes a detectar la verdad entre tantos recursos para la mentira.
A la manera de Florence Foster
Florence Foster Jenkins fue una mujer que dedicó su vida a hacer lo que le gustaba: cantar y actuar en público. Pudo hacerlo porque le faltaba vergüenza y le sobraba el dinero. Heredó una fortuna que le permitió vivir holgadamente. Y le facilitó el acceso a una producción musical que, por sus habilidades personales, siempre se le habría negado. Grabó discos, actuó en grandes teatros y los llenó. Es cierto que el público iba a reírse de ella, pero no le importaba. Estaba haciendo lo que más le gustaba: cantar ante cientos de personas. Y si se divertían a su costa, mejor para ellas. ¿Por qué traigo a colación a esta señora? Yo quiero hablar de Florence Foster Jenkins porque tengo un proyecto que se parece al suyo. Pero yo no voy a cantar, no voy a bailar, no voy a subirme a un escenario. Solo voy a escribir. Durante años he mantenido este espacio y durante años lo he abandonado. Ahora deseo que sea el lugar en el que compartir mis reflexiones. No me considero escritor, pero me gusta escribir. No soy un analista reputado, pero me gusta hacerme preguntas sobre lo que ocurre en mi mundo, no soy un experto en casi nada, pero soy educador, sociólogo y maestro, y creo que puedo hablar de educación, de sociedad, de profesorado y alumnado. No soy ingeniero, ni informático, ni programador, pero soy curioso, y algo he estudiado sobre tecnologías y educación. Y no soy un artista, pero me gusta crear. Y, sobre todo, tengo dinero para pagar un alojamiento web y un dominio, por lo que me puedo permitir publicar lo que me parezca oportuno y ponerlo al alcance de quien quiera leerlo. Sin grandes ambiciones, con modestia, pero sin vergüenza. Y, sobre todo, con mucha calma. Quiero crear un lugar en el que no tenga cabida la crispación.